El médico de la familia le recomendó a los padres que pusiesen a la muchacha en un programa experimental de un año en el Centro Médico de la Universidad Rush para evitar que ella corriese la misma suerte. Los padres también debían enrolarse. Los padres de la chica, que son obesos, aceptaron de buena gana.
Ella mide 1,5 metros y pesaba 72 kilos (cinco pies, cuatro pulgadas, 158 libras), nueve kilos (20 libras) más que el peso normal para una niña como ella.
Una hermana se hizo vegetariana y la familia decidió imitarla. El programa no requiere una dieta específica, pero recomienda granos, frutas y vegetales, y que se eviten las grasas. Se le enseña a los pacientes a leer las etiquetas de las comidas y a comer tres veces al día.
La idea es que aprendan a comer bien para tener un estilo de vida saludable. La madre de la muchacha comenzó a experimentar con tofu, nueces y queso de soja.
El cambio en los hábitos alimenticios fue drástico. A ella le encantaban los sándwiches de aguacate y las hamburguesa vegetarianas, que su madre le empacaba para que llevase a la escuela.
La familia asistía a sesiones semanales de terapia en grupo que ofrece el doctor Joyce, que incluyen media hora de ejercicios. Iban los miércoles al anochecer. No era el mejor momento, pues estaban cansados del ajetreo del día. El padre, de 46 años, trabaja como técnico de televisores para hospitales y además estudia.
La muchacha trata de caminar bastante, lo mismo que sus padres.
Al principio, durante el verano, todo marchaba bien y al cabo de algunos meses, ella había bajado tres kilos y medio (ocho libras) y perdido 7,6 centímetros (tres pulgadas) en la cintura. Los padres registraban progresos similares. Ella incluso dejó de comer carne.
Las cosas cambiaron al llegar el invierno. Oscurecía temprano y nadie quería salir con el frío. Poco a poco, cuando estaba con sus amigos, la muchacha empezó a picar de la comida de ellos. Admitió que estaba “un poco cansada” de la comida saludable.
En abril del 2009 estaba claro que no lograría sus metas. De hecho había subido 2,25 kilos (cinco libras).
La familia se ausentó de varias sesiones de terapia porque tenía otras obligaciones. Pero se comprometió a completar el programa por más que le tomase más tiempo.
La muchacha contrajo la gripe porcina. Luego consiguió un trabajo como salvavidas en el verano. No tenía ganas ni tiempo de entrenarse o hacer ejercicio.La comida chatarra, siempre tentadora, la atraía cada vez más y seguía subiendo de peso. Se sentía avergonzada, decepcionada, y quería salirse del programa. Pero volvió después de dejar el trabajo del verano como salvavidas.
Mantener una dieta saludable y hacer ejercicios siguió siendo una batalla constante para ella y sus padres. El proceso de admisión en la universidad fue otro causante de estrés para la muchacha.
Luego de casi dos años en el programa, a principios del 2010, ella pesaba 77,4 kilos (170 libras). Doce libras más que cuando empezó. Las medidas de la cintura eran las mismas.Se sintió desencantada.
El doctor Joyce, en cambio, dice que no fue todo tiempo perdido, pues la muchacha pudo haber subido mucho más de peso y sigue sin ser obesa.
El padre subió algunos kilitos, pero su cintura disminuyó. La cintura de la madre perdió 15 centímetros (seis pulgadas).
La experiencia de esta familia confirma lo que ya se sabe: bajar de peso no es fácil.
El doctor Joyce dice que los chicos deben comprender que se requiere un cambio radical en el estilo de vida. “McDonald’s y Burger King no tienen la culpa. Es uno el que elige ir a esos sitios”, expresó.
BREAKTHROUGH con Carlos Correa Coaching
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